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La última noche en la selva.

  • Juan Román
  • 10 feb 2015
  • 27 Min. de lectura

Suspensión Selva Puente

Por aquí pasan muchos, ellos creen que no los vemos; andan en la noche como animales; como ánimas nocturnas, como yo. Yo también parezco un animal, y es porque a veces no puedo dormir… por más que me sienta cansado, aunque mis parpados pesen demasiado. Estoy en el catre o sobre los costales, y nomás doy vueltas, vueltas y vueltas, para un lado, luego pal otro y ya no me dormí, en toda la noche…

Me pongo a pensar y solamente a eso, primero en los deberes: ya habrá que quitarle el becerro a la vaca suiza; hace falta morado, al toro cebú no le ha sanado la cortada y se acabó el morado, lo último me lo puse cuando me pegué con el machete; el filo tiene una parte donde la cerca se cayó, ya le dije al patrón, falta que me traiga la grapa y el alambre de púas, para hacer y poner los postes conmigo basta, no me gusta que venga más gente, no me gustan los piones de ahora, ya nadie les puede decir nada, son unos huevones.

Además acá se esta tan tranquilamente, es como si uno dejara los problemas y las cuentas a la salida del pueblo, ya en el monte nadie sigue apresado por lo que debe, ni tampoco es uno esclavo de la gente que deja a su paso. Sólo la maldita conciencia que se abre paso por el monte y lo encuentra a uno en la sierra más lejana y hostil, viene en la noche, con el humo de un café, cuando se van las luces tenues de las velas o se extingue el fogón, las ruinas del brasero cuyos tizones parecen una cuidad lejana, llena de luces y de sueños y esperanzas, como esas ciudades de la juventud de uno.

Viene la conciencia con el humo de un cigarro, cuando la garganta se seca y los pensamientos se llenan de toda clase de sentimientos. Piensa uno en su vida, la repasa una y otra vez, toda de una sola vez; las conversaciones cruciales, las decisiones importantes, los abandonos, y sobre todo los errores y ya no me importa si no aparece la vaca pinta, si se internó en la selva o si la picó la nauyaca.

Todo lo que llena mi cabeza en esas noches, en todas las noches, es mi propia vida, las cuentas que debo, lo que ya he pagado… entonces no hay monte, ni soledad, ni oscuridad que pueda sanarme o por lo menos ocultarme, no hay sitio en la tierra donde uno pueda esconderse y salvarse de la maldita conciencia, de los remordimientos; por más lejana y espesa que sea la selva, más proclive es a enfréntalo a uno consigo mismo, es la batalla más desigual porque el juez es uno mismo, y no hay quien en su plena conciencia pueda defenderse de sus mismas acusaciones y reproches.

Solo la antorcha del cigarro me hace regresar de ese manicomio que habita en mi cabeza. Veo la llama encendida, el tabaco incandescente quemándose, es como un amanecer, un alumbramiento momentáneo, me rescato de mis inquisidores remordimientos y me digo - ¡ya es suficiente! ¡Sea como sea ya lo hice maldita sea! es parte del pasado y no puede ser que me persigan esas sombras hasta acá-.

A lo mejor comprendo que la mejor manera de huir es sepultando los pensamientos, todos debajo de un mar de escombro de pensamientos cotidianos, de nuevos problemas; puede ser entonces que la mejor forma de huir no implica necesariamente un desplazamiento físico, sino mental, abstraerse de la conciencia y sepultar los malos pensamientos.

Es cuando regresan los deberes, los quehaceres del rancho; me urge reconstruir el establo, cambiar el techo de la bodega… Acá las lluvias son bárbaras, golpean con una violencia tremenda, como si Dios se ensañara con las criaturas que habitan el monte. O es acaso qué es el único lugar al que él mismo puede escapar, para llorar en solitario y repensar sus acciones. No es que yo no sea un hombre de religión, yo soy muy creyente, por eso me arrepiento de las cosas de mi vida. El problema es que me resulta tan familiar extrapolar lo que yo siento, hacia él, que blasfemo casi sin pensar y mucho menos sin quererlo.

¿En dónde me quedé? ah sí, tengo que buscar la novillona pinta, me tomará días en el monte, tengo que adentrarme más hacia la sierra. Ahora es imposible, tengo mucho trabajo; me urge encontrar la nauyaca, el otro día hallé otro becerro muerto, menos mal que lo vio el patrón, no me conviene que piense que me robo su ganado.

Uno de los perros, desapareció de esa forma… ya la vi una vez, es un animal muy grande. Descubrí a los hombres esos, también así; ya llevaba días que los oía pasar, se estaban moviendo, también iban para la sierra. Pasaron todos de una sola vez, el sonido de las botas es muy distinto del que hace cualquier otro animal, por eso supe que eran cristianos, eso de los fantasmas por acá no se ve, el miedo que se siente aquí, es por la soledad, la oscuridad y a los animales del monte, y claro el que producen otros hombres. Porque acá no hay leyes, pasan las cosas y uno tiene que hacer de cuenta que no vio nada, y por la buenas o las malas se vuelve uno cómplice de valla uno a saber que atrocidades.

Entonces habrán transcurrido cerca de cuarenta minutos después de que pasó esa especie de tropa, cuando escuche que se quejaban, era el sonido de un hombre; maldecía casi en silencio. Sin hacer el menor ruido, me asomé por una rendija de la casa y vi que se había metido al rancho; no pasaba por afuera como todos los demás, mucho menos por el río. Estaba muy cerca, dentro de mi tierra; supe entonces que todos ellos no ignoraban mi presencia, por alguna razón no se habían visto en la necesidad de molestarme, pero sabían que yo estoy aquí.

Lleno de temor porque tenemos mucho que perder, vi como el hombre se arrimaba hacia la bodega. Ya casi no podía andar, terminó arrastrándose, se retorcía del dolor, se mordía los brazos, o más bien las mangas de su chamarra. Así estuve observándolo durante media hora hasta que vi que ya no se movía; me anime a salir antes de que llegaran los coyotes o ese puma que ya nos ha matado varias vacas.

Me acerque detenidamente a examinarlo, vi su pierna descubierta, estaba negra, con la sangre coagulada y muy hinchada; supe de inmediato que lo mordió un nauyaque. Ya estaba muerto; había luna llena y pude ver su rostro, era un joven de menos de 25 años. Tenía un arma, de esas “cuerno de chivo”, un traje negro como si tratara de un solado de fuerzas especiales, un radio y varios utensilios militares. Pero el uniforme no era militar, no tenía ningún escudo, ni ninguna identificación que lo relacionara al Ejercito Mexicano; - Este no es un militar – pensé, - y ahora tengo la mala suerte de que lo mató una serpiente justo en mi tierra; ya no quiero más problemas -, de inmediato sentí la adrenalina correr por mi cuerpo, y el miedo de sentirme descubierto se apoderó de mí; como pude lo arrastré hasta el río. Como recién había llovido, estaba muy crecido, me fue fácil ponerlo a flotar para que se lo llevara la corriente. A mi regreso al rancho, sobre mis pasos traté de deshacerme de los rastros. Nunca más se habló de eso.

Hace poco cuando empezaron a subir los leñadores, después de la época de lluvias, con las secas buscaban un sendero por donde bajar los troncos de madera. Por unos pesos y con el compromiso de que no me molestarían más, y para convencerlos de que no soy un hombre de problemas, fui con ellos.

Buscamos la mejor manera de bajar los troncos de la Sierra; hasta acá imposible que metan los camiones, a duras penas llegan los helicópteros y una que otra avioneta, hasta parece que fueran gaviotas, aterrizan en las pistas especiales. Es la única forma de salir a tiempo, por tierra te esperan días enteros de puro viaje caminado o a caballo.

La madera se la llevan a través del monte, cerro abajo, después toman el río y de esa forma llegan a algún camino ya cerca de los pueblos, donde si pueden entrar los camiones. Claro en los días de lluvia de plano es imposible, la tierra se humedece y se deshace, se forman ríos de lodo y de la nada una montaña de tierra y piedras sepultan lo que encuentran a su paso; además que ni se puede andar con tanto barro. El caso es que anduve con ellos varios días, buscando un camino para bajaran los troncos más grandes, son maderas de más de una tonelada, imagínate eso.

Nos detuvimos a pescar en una poza que forma el río como a seis quilómetros de aquí; entones debajo de un árbol que mete sus ramas en el agua, vimos los restos de ese hombre. Casi puros huesos, era lo que quedaba, en unos días más creo que ya ningún rastro. Los animales acá no dejan nada, si se descuida uno fácilmente se lo tragan.

El monte es como un monstruo, la calma y la tranquilidad no duran mucho, ya sea porque uno se desnuda la conciencia por tanta soledad y enloquece, o porque pasan demasiadas cosas para ser un sitio solitario. La gente no solo viene hasta acá a llevarse la madera, también se llevan a los animales. Con los cazadores son el problema es más grave, vienen en grupos pequeños, de noche o en el día, no les importa. Esos también han de saber que yo estoy acá, gracias a Dios que no me he cruzado en su camino. A lo mejor un día de estos.

De noche escucho los balazos en el río, uno distante del otro, sé que son ellos, porque usan armas viejas, y nunca hay respuesta después de una detonación. A veces, escucho o he creído escuchar el llanto de los animales, sobre todo de los grandes y las aves, cuando están a punto de morir.

Las noches para mí nunca fueron tranquilas, vivo con el temor perpetuo, pero creo que es una fortuna más que una carga; eso me saca fuera de mis pensamientos, tanto como el lunar incandescente de un cigarro. Es por eso que a veces cuando llega el sueño, no me siento tan destrozado por las cuentas pendientes que me siguen, porque el miedo ocupa casi toda mi mente en esos días.

En lo cotidiano trato de refugiarme en los pendientes del rancho, hay días de mucho trabajo; aun así no debo descuidar los animales, tampoco las labores del campo. En la bodega todo marcha bien, he tenido pocos inconvenientes, a estas alturas cualquier equivocación es equivalente a andar de noche por el monte, descalzo y con los ojos vendados, se muere uno por un descuido y qué caso tiene.

Por eso me vine a refugiar acá, al monte, por salvar mi pellejo sin saber que era lo mismo, porque cambié sólo de lugar más no de vida. Cuando las cosas en los Cabos andaban muy mal, no me quedó otra que moverme para el sur; estuve mucho tiempo en Cancún. Como te digo no es muy diferente de este sitio, también todas las noches tenía miedo el mismo miedo, y el peligro estaba tan cerca como ahora.

Por aquellos tiempos también andaba en mis labores cotidianas. Ya había perdido a mi mujer, de eso no te voy a contar, es muy difícil de entender y una cuestión que ahora me sigue pesando demasiado. Mis hijas están creo que con mi mamá, también en el monte, más bien en un pueblito, somos de durando. Anduvimos muchos años en las rutas de cosecha del melón, la uva y cualquier cosa que pudiera recogerse en los campos de Sinaloa. Ahí yo hice mi vida, me junté, tuve mis chamacos, al más grande me lo mataron, de ese día en adelante la vida se ensaño conmigo. Y no me quedo de otra que abandonarla, huir de todo y correr hacia el monte. Como un animal, ya llevo algunos años por acá. Este lugar no lo conocía, este mundo es nuevo para mí. Empezó todo porque un día, tuve que dejar Cancún. También tuve muchas dificultades, ya nunca pude retomar mi vida. Me dijeron que me andaban buscando, me la ingenie para huir, pase hacia Guatemala, anduve en Bélice también. La situación es la misma, ya sea del lado mexicano o en esos países, se está igual, trabajan las mismas personas y pues también allá me fueron a buscar. Anduve otra vez en México, sin poder establecerme, un viejo amigo me dijo que él trabajaba para el gobierno o algo así. Pensé que ese era un buen boleto, que podía ser una salida. Dos meses después andaba en la sierra, arriba de una avioneta. Nos dejaban aquí por periodos largos, de varios meses; buscando una y otra vez. No quieren que haya disturbios, veníamos a apagar los problemas de tierras, entre los campesinos. A evitar que se organizaran o cualquier cosa que representará un problema. Me cansé muy pronto de perseguir a la gente pobre, para mí no hacían ningún mal, y nos volvimos una carga para ellos. Luego en una de esas en la cantina de un pueblito enclavado en la sierra, ya no me acuerdo ni dónde. El patrón me ofreció cuidarle el rancho, él estaba muy tomado, nos había pagado por arreglarle un asunto de robo de ganado, me dijo que si no me gustaría quedarme. Jamás me había adentrado tanto en la sierra, el silencio y la aparente calma, llamaron mi atención. Quería alejarme de todo y por aquellos días me pareció la mejor solución. Tiempo después aquí me tienes, es cierto que vivo con miedo pero es otro el temor que siento ahora, es más por mis actos del pasado y por el daño que hice, que por mi propia existencia, al final de cuentas creo que he vivido demasiado y aunque no lo aceptara siempre he estado listo para irme en cualquier momento de este lugar, o de este mundo, es absolutamente lo mismo. En varias ocasiones también he visto guerrilleros, es fácil reconocerlos, en primera porque fue lo que vine a buscar acá y después porque es gente del pueblo, extremadamente jodida, con la cara llena de miedo. Con ellos van niños, ancianos, hombres mutilados, casi siempre los acompaña algún herido, mujeres también he visto y como te digo mucho miedo. Con ellos ya no me meto, dejo que pasen, toman agua del pozo que hicimos para las vacas, era un nacimiento solo tuvimos que adaptarlo. Se llevan los borregos, gallinas, patos y guajolotes. Me pareció en una ocasión que mataron una de las vacas, en el río dejaron los restos se llevaron la carne, lo que pudieron cargar. Deje que lo hicieran, como dejo que se lleve lo que puedan. No me lo quitan a mí. También saben de mí, no creo que sepan que yo también los seguía, porque nunca vine por este lado, siempre anduve en la parte más baja de la sierra, allá donde me encontró el patrón. No me meto con ellos, ya deben tener suficientes problemas, como para que yo les haga la existencia aún más ominosa.

De algún modo sabía que algo había cambiado, este ambiente es caótico, pero dentro de todo ese desorden impera la calma y la regularidad. Antenoche escuche en el madrugada que venía un helicóptero, revisé la libreta de anotaciones, el diario pequeño que está sobre la reja de tomates que sirve como una cómoda; y no tenía prevista la llegada de ninguna nave, el patrón hace meses que no viene. En la bodega hay suficientes víveres, llevo todo en orden, el trabajo a tiempo y como me lo han ordenado, como vez todo está listo y como debe ser. Supe que algo no estaba bien, por eso mismo el tránsito y las actividades por esta zona disminuyeron, ya no pasó nadie. Creo que los leñadores y los cazadores no van a trabajar hasta sentir de nuevo confianza. Ya no desfilan las tropas paramilitares, tampoco los guerrilleros, el miedo los ha de haber conducido hasta el otro lado de la cañada. Allá no ha llegado ningún otro humano a parte de ellos. Después que te he contado demasiado sobre mi vida, que vacié mi corazón sobre la mesa. Debes de saber que no creo una sola palabra de lo que me dices. Ustedes vinieron a una región extremadamente apartada, llevas contigo una cámara fotográfica y una de video. Demasiado equipo encima, y el helicóptero, me dices que son investigadores de la Universidad Nacional, aquí no existen las buenas intenciones. Seguramente son del gobierno, eso debe ser, ellos son los únicos que se preocupan por lo que sucede acá y no porque les importe el bienestar de la zona, simplemente porque representa una oportunidad de negocios y a la vez un peligro para sus intereses. En este sitio olvidado los interese son demasiado y nadie tiene el más mínimo reparo en querer imponer su propia ley.

No puede ser que hasta aquí me hayan alcanzado los problemas… A lo mejor tus compañeros ya se cansaron de buscarte, no se escucha nadie cerca, todo sigue en calma, ya viene la noche; para ellos es imposible andar. A lo mejor te quedan pocas horas de vida, termina por contarme la verdad. Aunque te mantengas firme en tu coartada tendré que matarte, no puedo perder mi tranquilidad y el anonimato. Has venido a perturbar mi paz, aunque no tengo miedo a irme de aquí, realmente nunca había estado mejor que en este sitio. Has visto ya lo que hay en la bodega, posiblemente me ubicaron ¿tomaron fotos? ¿Alguien sabe que estoy aquí? ¿Cuándo van a venir? Tenemos que terminar con esto antes de que sea tarde. Me tendré que ir, no sé nada del patrón; tampoco sé que tan seguro sea continuar en la sierra. No se puede huir de las dificultades para siempre, los problemas terminan por dar conmigo. No sé a dónde ir carajo. Ya no quiero seguir ¿Por qué tenías que encontrarme? Ahora esta preciosa calma, el mundo tranquilo del monte, ya no existe, de nuevo me siento expuesto, en la misma situación en la que llegué, en la que conocí esta vida de tranquilidad apartado del mundo. Y tú me dices que eres un herpetólogo. Sabes que es una ironía, conservar a las serpientes, que como yo asesinan para sobrevivir. Conservarlas, y para conservarlas vienes y perturbas el lugar donde viven, las sacas de su hogar, las expones, las molestas, lo que debe hacer el mundo es dejar en paz este lugar, hacer de cuenta que no existe, nunca mancillarlo, jamás destruirlo, dejarnos en paz a todos los animales, sobrevivir en el monte. Acá también es mi hogar. Pero que cosas te estoy diciendo claro que no eres un herpetólogo, para que quería un académico venir a este sitio. Es increíble. Ahora saben dónde estoy, quiero que me cuentes todo lo que sabes, quienes me están buscando. Para que viniste realmente. Dilo de todos modos tendré que matarte. Tú también arruinaste mi vida, ahora tendré que huir, me culparan cuando se lleven lo de la bodega. Que llevas en esas cajas… La noche había caído completamente, la bodega estaba iluminada por unas cuantas velas, la penumbra afuera era muy espesa, había llovido por la tarde y la neblina inundaba la noche negra. Casi no se veía, Aragón tomó la primera caja, notó que pesaba un poco, no distinguía ninguna figura sobre su contenido desde afuera. Creyó sentir que una de las cajas se movía. No tomo en cuenta ese detalle, había bebido un poco esa tarde, es encontraba en medio de una crisis de pánico. El temor a perder su preciada tranquilidad segó todos sus sentidos, y por un instante olvido cuanto había aprendido desde su llegada a la selva. El herpetólogo, yacía en una silla con las manos y los pies atados. Desde que su llegada al rancho en busca de ayuda, cargando su equipo la caja que Aragón tenía en su poder, había sido tomado prisionero. A punta de pistola, lo ató y pese a sus explicaciones, Aragón enloqueció. Depositó la caja en el suelo, se arrodilló para ver de cerca su contenido, temía que se tratara de algún aparato de radio o de comunicaciones, para no ser descubierto y con la esperanza de que nadie más supiera de su existencia planeaba destruirlo, y después planeaba desaparecer al herpetólogo. No sabía todavía si iba a huir de inmediato o a esperar si nadie más venía a buscarlo. Acercó una vela a un costado de la caja, tomó la tapa de plástico con ambas manos y la abrió de una sola vez… solo para ver como una serpiente se lanzaba directo sobre él, mordiéndolo justo en la zona de su cuello situada a un lado de la manzana de adán. La serpiente huyó en la semipenumbra de la bodega, mientras Aragón se desplomaba sobre el piso de tierra, sintiendo como el veneno recorría su cuerpo, y la llegada de la muerte en su última noche en la selva.

Juan Román

Por aquí pasan muchos, ellos creen que no los vemos; andan en la noche como animales; como ánimas nocturnas, como yo. Yo también parezco un animal, y es porque a veces no puedo dormir… por más que me sienta cansado, aunque mis parpados pesen demasiado. Estoy en el catre o sobre los costales, y nomás doy vueltas, vueltas y vueltas, para un lado, luego pal otro y ya no me dormí, en toda la noche…

Me pongo a pensar y solamente a eso, primero en los deberes: ya habrá que quitarle el becerro a la vaca suiza; hace falta morado, al toro cebú no le ha sanado la cortada y se acabó el morado, lo último me lo puse cuando me pegué con el machete; el filo tiene una parte donde la cerca se cayó, ya le dije al patrón, falta que me traiga la grapa y el alambre de púas, para hacer y poner los postes conmigo basta, no me gusta que venga más gente, no me gustan los piones de ahora, ya nadie les puede decir nada, son unos huevones.

Además acá se esta tan tranquilamente, es como si uno dejara los problemas y las cuentas a la salida del pueblo, ya en el monte nadie sigue apresado por lo que debe, ni tampoco es uno esclavo de la gente que deja a su paso. Sólo la maldita conciencia que se abre paso por el monte y lo encuentra a uno en la sierra más lejana y hostil, viene en la noche, con el humo de un café, cuando se van las luces tenues de las velas o se extingue el fogón, las ruinas del brasero cuyos tizones parecen una cuidad lejana, llena de luces y de sueños y esperanzas, como esas ciudades de la juventud de uno.

Viene la conciencia con el humo de un cigarro, cuando la garganta se seca y los pensamientos se llenan de toda clase de sentimientos. Piensa uno en su vida, la repasa una y otra vez, toda de una sola vez; las conversaciones cruciales, las decisiones importantes, los abandonos, y sobre todo los errores y ya no me importa si no aparece la vaca pinta, si se internó en la selva o si la picó la nauyaca.

Todo lo que llena mi cabeza en esas noches, en todas las noches, es mi propia vida, las cuentas que debo, lo que ya he pagado… entonces no hay monte, ni soledad, ni oscuridad que pueda sanarme o por lo menos ocultarme, no hay sitio en la tierra donde uno pueda esconderse y salvarse de la maldita conciencia, de los remordimientos; por más lejana y espesa que sea la selva, más proclive es a enfréntalo a uno consigo mismo, es la batalla más desigual porque el juez es uno mismo, y no hay quien en su plena conciencia pueda defenderse de sus mismas acusaciones y reproches.

Solo la antorcha del cigarro me hace regresar de ese manicomio que habita en mi cabeza. Veo la llama encendida, el tabaco incandescente quemándose, es como un amanecer, un alumbramiento momentáneo, me rescato de mis inquisidores remordimientos y me digo - ¡ya es suficiente! ¡Sea como sea ya lo hice maldita sea! es parte del pasado y no puede ser que me persigan esas sombras hasta acá-.

A lo mejor comprendo que la mejor manera de huir es sepultando los pensamientos, todos debajo de un mar de escombro de pensamientos cotidianos, de nuevos problemas; puede ser entonces que la mejor forma de huir no implica necesariamente un desplazamiento físico, sino mental, abstraerse de la conciencia y sepultar los malos pensamientos.

Es cuando regresan los deberes, los quehaceres del rancho; me urge reconstruir el establo, cambiar el techo de la bodega… Acá las lluvias son bárbaras, golpean con una violencia tremenda, como si Dios se ensañara con las criaturas que habitan el monte. O es acaso qué es el único lugar al que él mismo puede escapar, para llorar en solitario y repensar sus acciones. No es que yo no sea un hombre de religión, yo soy muy creyente, por eso me arrepiento de las cosas de mi vida. El problema es que me resulta tan familiar extrapolar lo que yo siento, hacia él, que blasfemo casi sin pensar y mucho menos sin quererlo.

¿En dónde me quedé? ah sí, tengo que buscar la novillona pinta, me tomará días en el monte, tengo que adentrarme más hacia la sierra. Ahora es imposible, tengo mucho trabajo; me urge encontrar la nauyaca, el otro día hallé otro becerro muerto, menos mal que lo vio el patrón, no me conviene que piense que me robo su ganado.

Uno de los perros, desapareció de esa forma… ya la vi una vez, es un animal muy grande. Descubrí a los hombres esos, también así; ya llevaba días que los oía pasar, se estaban moviendo, también iban para la sierra. Pasaron todos de una sola vez, el sonido de las botas es muy distinto del que hace cualquier otro animal, por eso supe que eran cristianos, eso de los fantasmas por acá no se ve, el miedo que se siente aquí, es por la soledad, la oscuridad y a los animales del monte, y claro el que producen otros hombres. Porque acá no hay leyes, pasan las cosas y uno tiene que hacer de cuenta que no vio nada, y por la buenas o las malas se vuelve uno cómplice de valla uno a saber que atrocidades.

Entonces habrán transcurrido cerca de cuarenta minutos después de que pasó esa especie de tropa, cuando escuche que se quejaban, era el sonido de un hombre; maldecía casi en silencio. Sin hacer el menor ruido, me asomé por una rendija de la casa y vi que se había metido al rancho; no pasaba por afuera como todos los demás, mucho menos por el río. Estaba muy cerca, dentro de mi tierra; supe entonces que todos ellos no ignoraban mi presencia, por alguna razón no se habían visto en la necesidad de molestarme, pero sabían que yo estoy aquí.

Lleno de temor porque tenemos mucho que perder, vi como el hombre se arrimaba hacia la bodega. Ya casi no podía andar, terminó arrastrándose, se retorcía del dolor, se mordía los brazos, o más bien las mangas de su chamarra. Así estuve observándolo durante media hora hasta que vi que ya no se movía; me anime a salir antes de que llegaran los coyotes o ese puma que ya nos ha matado varias vacas.

Me acerque detenidamente a examinarlo, vi su pierna descubierta, estaba negra, con la sangre coagulada y muy hinchada; supe de inmediato que lo mordió un nauyaque. Ya estaba muerto; había luna llena y pude ver su rostro, era un joven de menos de 25 años. Tenía un arma, de esas “cuerno de chivo”, un traje negro como si tratara de un solado de fuerzas especiales, un radio y varios utensilios militares. Pero el uniforme no era militar, no tenía ningún escudo, ni ninguna identificación que lo relacionara al Ejercito Mexicano; - Este no es un militar – pensé, - y ahora tengo la mala suerte de que lo mató una serpiente justo en mi tierra; ya no quiero más problemas -, de inmediato sentí la adrenalina correr por mi cuerpo, y el miedo de sentirme descubierto se apoderó de mí; como pude lo arrastré hasta el río. Como recién había llovido, estaba muy crecido, me fue fácil ponerlo a flotar para que se lo llevara la corriente. A mi regreso al rancho, sobre mis pasos traté de deshacerme de los rastros. Nunca más se habló de eso.

Hace poco cuando empezaron a subir los leñadores, después de la época de lluvias, con las secas buscaban un sendero por donde bajar los troncos de madera. Por unos pesos y con el compromiso de que no me molestarían más, y para convencerlos de que no soy un hombre de problemas, fui con ellos.

Buscamos la mejor manera de bajar los troncos de la Sierra; hasta acá imposible que metan los camiones, a duras penas llegan los helicópteros y una que otra avioneta, hasta parece que fueran gaviotas, aterrizan en las pistas especiales. Es la única forma de salir a tiempo, por tierra te esperan días enteros de puro viaje caminado o a caballo.

La madera se la llevan a través del monte, cerro abajo, después toman el río y de esa forma llegan a algún camino ya cerca de los pueblos, donde si pueden entrar los camiones. Claro en los días de lluvia de plano es imposible, la tierra se humedece y se deshace, se forman ríos de lodo y de la nada una montaña de tierra y piedras sepultan lo que encuentran a su paso; además que ni se puede andar con tanto barro. El caso es que anduve con ellos varios días, buscando un camino para bajaran los troncos más grandes, son maderas de más de una tonelada, imagínate eso.

Nos detuvimos a pescar en una poza que forma el río como a seis quilómetros de aquí; entones debajo de un árbol que mete sus ramas en el agua, vimos los restos de ese hombre. Casi puros huesos, era lo que quedaba, en unos días más creo que ya ningún rastro. Los animales acá no dejan nada, si se descuida uno fácilmente se lo tragan.

El monte es como un monstruo, la calma y la tranquilidad no duran mucho, ya sea porque uno se desnuda la conciencia por tanta soledad y enloquece, o porque pasan demasiadas cosas para ser un sitio solitario. La gente no solo viene hasta acá a llevarse la madera, también se llevan a los animales. Con los cazadores son el problema es más grave, vienen en grupos pequeños, de noche o en el día, no les importa. Esos también han de saber que yo estoy acá, gracias a Dios que no me he cruzado en su camino. A lo mejor un día de estos.

De noche escucho los balazos en el río, uno distante del otro, sé que son ellos, porque usan armas viejas, y nunca hay respuesta después de una detonación. A veces, escucho o he creído escuchar el llanto de los animales, sobre todo de los grandes y las aves, cuando están a punto de morir.

Las noches para mí nunca fueron tranquilas, vivo con el temor perpetuo, pero creo que es una fortuna más que una carga; eso me saca fuera de mis pensamientos, tanto como el lunar incandescente de un cigarro. Es por eso que a veces cuando llega el sueño, no me siento tan destrozado por las cuentas pendientes que me siguen, porque el miedo ocupa casi toda mi mente en esos días.

En lo cotidiano trato de refugiarme en los pendientes del rancho, hay días de mucho trabajo; aun así no debo descuidar los animales, tampoco las labores del campo. En la bodega todo marcha bien, he tenido pocos inconvenientes, a estas alturas cualquier equivocación es equivalente a andar de noche por el monte, descalzo y con los ojos vendados, se muere uno por un descuido y qué caso tiene.

Por eso me vine a refugiar acá, al monte, por salvar mi pellejo sin saber que era lo mismo, porque cambié sólo de lugar más no de vida. Cuando las cosas en los Cabos andaban muy mal, no me quedó otra que moverme para el sur; estuve mucho tiempo en Cancún. Como te digo no es muy diferente de este sitio, también todas las noches tenía miedo el mismo miedo, y el peligro estaba tan cerca como ahora.

Por aquellos tiempos también andaba en mis labores cotidianas. Ya había perdido a mi mujer, de eso no te voy a contar, es muy difícil de entender y una cuestión que ahora me sigue pesando demasiado. Mis hijas están creo que con mi mamá, también en el monte, más bien en un pueblito, somos de durando. Anduvimos muchos años en las rutas de cosecha del melón, la uva y cualquier cosa que pudiera recogerse en los campos de Sinaloa. Ahí yo hice mi vida, me junté, tuve mis chamacos, al más grande me lo mataron, de ese día en adelante la vida se ensaño conmigo. Y no me quedo de otra que abandonarla, huir de todo y correr hacia el monte. Como un animal, ya llevo algunos años por acá. Este lugar no lo conocía, este mundo es nuevo para mí. Empezó todo porque un día, tuve que dejar Cancún. También tuve muchas dificultades, ya nunca pude retomar mi vida. Me dijeron que me andaban buscando, me la ingenie para huir, pase hacia Guatemala, anduve en Bélice también. La situación es la misma, ya sea del lado mexicano o en esos países, se está igual, trabajan las mismas personas y pues también allá me fueron a buscar. Anduve otra vez en México, sin poder establecerme, un viejo amigo me dijo que él trabajaba para el gobierno o algo así. Pensé que ese era un buen boleto, que podía ser una salida. Dos meses después andaba en la sierra, arriba de una avioneta. Nos dejaban aquí por periodos largos, de varios meses; buscando una y otra vez. No quieren que haya disturbios, veníamos a apagar los problemas de tierras, entre los campesinos. A evitar que se organizaran o cualquier cosa que representará un problema. Me cansé muy pronto de perseguir a la gente pobre, para mí no hacían ningún mal, y nos volvimos una carga para ellos. Luego en una de esas en la cantina de un pueblito enclavado en la sierra, ya no me acuerdo ni dónde. El patrón me ofreció cuidarle el rancho, él estaba muy tomado, nos había pagado por arreglarle un asunto de robo de ganado, me dijo que si no me gustaría quedarme. Jamás me había adentrado tanto en la sierra, el silencio y la aparente calma, llamaron mi atención. Quería alejarme de todo y por aquellos días me pareció la mejor solución. Tiempo después aquí me tienes, es cierto que vivo con miedo pero es otro el temor que siento ahora, es más por mis actos del pasado y por el daño que hice, que por mi propia existencia, al final de cuentas creo que he vivido demasiado y aunque no lo aceptara siempre he estado listo para irme en cualquier momento de este lugar, o de este mundo, es absolutamente lo mismo. En varias ocasiones también he visto guerrilleros, es fácil reconocerlos, en primera porque fue lo que vine a buscar acá y después porque es gente del pueblo, extremadamente jodida, con la cara llena de miedo. Con ellos van niños, ancianos, hombres mutilados, casi siempre los acompaña algún herido, mujeres también he visto y como te digo mucho miedo. Con ellos ya no me meto, dejo que pasen, toman agua del pozo que hicimos para las vacas, era un nacimiento solo tuvimos que adaptarlo. Se llevan los borregos, gallinas, patos y guajolotes. Me pareció en una ocasión que mataron una de las vacas, en el río dejaron los restos se llevaron la carne, lo que pudieron cargar. Deje que lo hicieran, como dejo que se lleve lo que puedan. No me lo quitan a mí. También saben de mí, no creo que sepan que yo también los seguía, porque nunca vine por este lado, siempre anduve en la parte más baja de la sierra, allá donde me encontró el patrón. No me meto con ellos, ya deben tener suficientes problemas, como para que yo les haga la existencia aún más ominosa.

De algún modo sabía que algo había cambiado, este ambiente es caótico, pero dentro de todo ese desorden impera la calma y la regularidad. Antenoche escuche en el madrugada que venía un helicóptero, revisé la libreta de anotaciones, el diario pequeño que está sobre la reja de tomates que sirve como una cómoda; y no tenía prevista la llegada de ninguna nave, el patrón hace meses que no viene. En la bodega hay suficientes víveres, llevo todo en orden, el trabajo a tiempo y como me lo han ordenado, como vez todo está listo y como debe ser. Supe que algo no estaba bien, por eso mismo el tránsito y las actividades por esta zona disminuyeron, ya no pasó nadie. Creo que los leñadores y los cazadores no van a trabajar hasta sentir de nuevo confianza. Ya no desfilan las tropas paramilitares, tampoco los guerrilleros, el miedo los ha de haber conducido hasta el otro lado de la cañada. Allá no ha llegado ningún otro humano a parte de ellos. Después que te he contado demasiado sobre mi vida, que vacié mi corazón sobre la mesa. Debes de saber que no creo una sola palabra de lo que me dices. Ustedes vinieron a una región extremadamente apartada, llevas contigo una cámara fotográfica y una de video. Demasiado equipo encima, y el helicóptero, me dices que son investigadores de la Universidad Nacional, aquí no existen las buenas intenciones. Seguramente son del gobierno, eso debe ser, ellos son los únicos que se preocupan por lo que sucede acá y no porque les importe el bienestar de la zona, simplemente porque representa una oportunidad de negocios y a la vez un peligro para sus intereses. En este sitio olvidado los interese son demasiado y nadie tiene el más mínimo reparo en querer imponer su propia ley.

No puede ser que hasta aquí me hayan alcanzado los problemas… A lo mejor tus compañeros ya se cansaron de buscarte, no se escucha nadie cerca, todo sigue en calma, ya viene la noche; para ellos es imposible andar. A lo mejor te quedan pocas horas de vida, termina por contarme la verdad. Aunque te mantengas firme en tu coartada tendré que matarte, no puedo perder mi tranquilidad y el anonimato. Has venido a perturbar mi paz, aunque no tengo miedo a irme de aquí, realmente nunca había estado mejor que en este sitio. Has visto ya lo que hay en la bodega, posiblemente me ubicaron ¿tomaron fotos? ¿Alguien sabe que estoy aquí? ¿Cuándo van a venir? Tenemos que terminar con esto antes de que sea tarde. Me tendré que ir, no sé nada del patrón; tampoco sé que tan seguro sea continuar en la sierra. No se puede huir de las dificultades para siempre, los problemas terminan por dar conmigo. No sé a dónde ir carajo. Ya no quiero seguir ¿Por qué tenías que encontrarme? Ahora esta preciosa calma, el mundo tranquilo del monte, ya no existe, de nuevo me siento expuesto, en la misma situación en la que llegué, en la que conocí esta vida de tranquilidad apartado del mundo. Y tú me dices que eres un herpetólogo. Sabes que es una ironía, conservar a las serpientes, que como yo asesinan para sobrevivir. Conservarlas, y para conservarlas vienes y perturbas el lugar donde viven, las sacas de su hogar, las expones, las molestas, lo que debe hacer el mundo es dejar en paz este lugar, hacer de cuenta que no existe, nunca mancillarlo, jamás destruirlo, dejarnos en paz a todos los animales, sobrevivir en el monte. Acá también es mi hogar. Pero que cosas te estoy diciendo claro que no eres un herpetólogo, para que quería un académico venir a este sitio. Es increíble. Ahora saben dónde estoy, quiero que me cuentes todo lo que sabes, quienes me están buscando. Para que viniste realmente. Dilo de todos modos tendré que matarte. Tú también arruinaste mi vida, ahora tendré que huir, me culparan cuando se lleven lo de la bodega. Que llevas en esas cajas… La noche había caído completamente, la bodega estaba iluminada por unas cuantas velas, la penumbra afuera era muy espesa, había llovido por la tarde y la neblina inundaba la noche negra. Casi no se veía, Aragón tomó la primera caja, notó que pesaba un poco, no distinguía ninguna figura sobre su contenido desde afuera. Creyó sentir que una de las cajas se movía. No tomo en cuenta ese detalle, había bebido un poco esa tarde, es encontraba en medio de una crisis de pánico. El temor a perder su preciada tranquilidad segó todos sus sentidos, y por un instante olvido cuanto había aprendido desde su llegada a la selva. El herpetólogo, yacía en una silla con las manos y los pies atados. Desde que su llegada al rancho en busca de ayuda, cargando su equipo la caja que Aragón tenía en su poder, había sido tomado prisionero. A punta de pistola, lo ató y pese a sus explicaciones, Aragón enloqueció. Depositó la caja en el suelo, se arrodilló para ver de cerca su contenido, temía que se tratara de algún aparato de radio o de comunicaciones, para no ser descubierto y con la esperanza de que nadie más supiera de su existencia planeaba destruirlo, y después planeaba desaparecer al herpetólogo. No sabía todavía si iba a huir de inmediato o a esperar si nadie más venía a buscarlo. Acercó una vela a un costado de la caja, tomó la tapa de plástico con ambas manos y la abrió de una sola vez… solo para ver como una serpiente se lanzaba directo sobre él, mordiéndolo justo en la zona de su cuello situada a un lado de la manzana de adán. La serpiente huyó en la semipenumbra de la bodega, mientras Aragón se desplomaba sobre el piso de tierra, sintiendo como el veneno recorría su cuerpo, y la llegada de la muerte en su última noche en la selva.

Juan Román


 
 
 

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