El descenso
- Juan Román
- 17 oct 2015
- 3 Min. de lectura

¡Que nadie diga que no lo intentamos!
Que nadie se atreva a mancillar ni nuestro nombre,
Ni el esfuerzo que dimos.
Esa última exhalación de un cuerpo vivo, que se sabe muerto.
Vivo en la última instancia
Vivo en la derrota
Vivo por la amargura y la tristeza.
Muerto por dentro, sin alegría, insatisfecho;
Masticando la más terrible bronca,
Pero más cierto y más vivo que nunca.
Aunque se piense muerto.
Que nadie diga que no lo intentamos, entonces.
Que no digan que no fuimos por la última pelota,
Que no digan que no metimos,
Fuimos todos al corner, fuimos todos
Hermanos en la desgracia
Unidos en la zozobra;
Desesperados todos, compartiendo la pena
Pero sin lastima, solos y unidos en la tristeza
Llenos de pena, unos por otros, unos con otros.
Y los que no se fueron con nosotros
¿Qué derecho tienen de pensar que bajamos los brazos?
Todas las patadas duelen, y duelen más cuando uno se sabe vencido.
Todas la miradas filosas duelen como puñales,
Duelen aún más en la derrota. Hacen mucho daño.
Que no digan entonces que no quisimos.
Porque de ganas morimos.
De ganas y de esa bronca seca como el polvo de la cancha,
Quemante como el sol de la tarde.
No hay dolor más grande en esos días,
Que saberse sentenciados, presos del tiempo.
Condenados a vernos caer en los últimos minutos;
Cuando la noche se viene.
Cuando la impotencia nos congela,
Como el hielo que se mete por los huesos en forma de agujas.
No hay dolor más grande que el pitazo de un juez,
Un juez ajeno del dolor y a la bronca,
Un juez inhumano que no comprende que ya nos deshizo el tiempo,
La angustia, la impaciencia y un gol agónico.
Un gol que se vuelve destino y veredicto
Un verdugo que se mete en la red sin que nada le importe.
Una gastada de la vida y la suerte
Que se ríen de nosotros
De las ganas y del inútil esfuerzo.
Que nadie diga no quisimos quedarnos,
Que bajamos los brazos.
Que nadie mancille ni ensucie el esfuerzo.
Somos hermanos ahora, más hermanos que nunca;
Porque nos toca mirarnos y pasarnos unos a otros,
El trago amargo, el polvo seco, el sol quemante de la tarde,
La bronca, el cansancio, el gol agónico y las malas noticias.
Que nadie hable de culpas, porque cada uno tiene las suyas.
La pelota que no quiso entrar, que se ríe de todos
La suerte, la mala suerte
La bola engañosa que nos pasa a todos y se le niega al portero,
Que se le va entre las manos;
Porque pegó en mi rodilla y en la piernas de todos
¿Ahora cómo debo mirarlos a todos? ¿Cómo deben mirarme los otros?
Por eso somos hermanos porque compartimos la pena,
La pena pero no la lastima. Pena porque no entró o porque yo la desvié,
Porque se fue de tus manos, porque nos pasó a todos.
Pena porque no somos fuertes, o porque lo somos y por eso nos comprendemos.
Que nadie diga que no lo intentamos, o que no lo quisimos
Que nadie se atreva a ser como el sol, como el polvo, como el juez
Como la suerte y esa pelota que se ríe de nosotros
Que nadie se atreva a decir nada, sí no descendió con nosotros.
Sólo aquel que comparte la bronca, que se comió la uñas
Que se bancó los desvelos y la angustia.
Sólo el que comparte la pena, la pena pero no la lastima
Descendió con nosotros.
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