Un día distinto
- 3 sept 2015
- 8 Min. de lectura

Todavía no ha amanecido y ya estoy de pie; hoy no es un día común. Parece serlo pero en el aire de la madrugada hay una sensación atípica, de esas que fluctúan en los días distintos, los especiales. Me refiero, fuera de la lógica y de las explicaciones razonables, a que desde que desperté cerca de las 5: 30 am; una especie de alegría rara invade mi cuerpo, una alegría distinta quise decir. No sé cómo explicarlo, porque lo que inunda mi mañana es un contraste de emociones; por un lado me siento diferente y alegre distinto a otros días; y por el otro me percibo un tanto predispuesto a la decepción, nostálgico y triste, un poco ansioso diría yo. La sensación que me embarga es parecida a la víspera de la entrega de notas en la escuela, según recuerdo, o se asemeja a la noche antes de navidad; en un sentido más propio se parece más a la previa de un partido de copa. Creo que exagero, me detengo y pienso que sin duda exagero, la víspera de un partido de copa es inaguantable, es el desborde total de los síntomas clínicos de la ansiedad. Esto es leve, una ligera sensación y nada más. Con una sonrisa que me recuerda los buenos días coperos, cómplice de mí mismo continuo con los preparativos de un nuevo día de trabajo. Miro el reloj y ya son las seis, ha transcurrido media hora entre mis cavilaciones y el baño caliente. Sólo queda tiempo para tomar un buen café, el primer café del día. Ahora el café, símbolo de mi nueva y fugaz sensación de felicidad, me remite a los recuerdos de casa y por supuesto a mi madre. El café termina por despertarme y de sumergirme en nuevos sueños y recuerdos. Ahora que se acabó y que veo por fin el fondo de la taza regreso a la realidad, el reloj que marca las seis con quince minutos y la radio indicando el ritmo de otra agitada mañana. Los analistas hablando de un mundo despierto y activo donde ya no hay espacio para los sentimientos, índices, resultados y porcentajes, noticias, notas, anuncios y personajes. Hoy decidí no sumergirme en el mar de la información como todas las mañanas, ya empiezo a creer que realmente este es un día especial y distinto. No quiero ser crítico, al menos por esta hora no, después no sé, ya en la calle ver la realidad del país es innegable, la indignación y la broca, las ganas de cambiar también son obligatorias allá. Pero no mientras me dura en el paladar el regusto al café que acabo de disfrutar. La radio entonces se fue integrando al sonido ambiental de esa mañana, convirtiéndose en una serie cada vez menos notoria de murmullos. El sonido de los pájaros poblando los arboles de la cuidad a la seis de la mañana fue otro de los pequeños sueños que nuevamente echó mi mente a volar, en ese momento corrí la cortina de la cocina, del otro lado de la ventana las sombras dibujaron el patio de la casa. Poco a poco las sombras de la noche empezaron a formar siluetas que reconocí como árboles, macetas y plantas con flores. Por fortuna el sol no mostraba indicios de querer hacer acto de presencia. La poca luz que apenas nacía, teñía los colores de la noche de tonos azules. De pronto el jardín de casa dejó de formarse de siluetas y se apreciaba con toda claridad, aunque en una especie de noche azul. Perecía de tarde, sentí y quise imaginarme que serían las siete de la noche en lugar de las seis de la mañana, que oscurecía en lugar de amanecer. Esas horas del día, cuando oscurece o cuando está por amanecer, siempre he pensado que no corresponden a este mundo. Yo las imagino como puertas hacia otros mundos y dimensiones tan extrañas como los tonos azules y naranjas del crepúsculo y del amanecer. La noche azul del jardín me sorprendió con una taza vacía de café en la mano y con el reloj marcando las seis y veinte de la mañana. Una voz aguda me confirmó que me encontraba en la mañana, la radio gritaba que era la mañana de Radio Mitre y no esa hora fantástica en la que la noche se vuelve azul claro y se abren las puertas de otro mundo. Comprendí que había llegado el momento de salir de casa, que iniciaba otro día de trabajo y que era suficiente de divagaciones de índole fantástico, para dar paso a la mañana laboralmente agitada y repleta de actividades que proponía la radio y la ciudad entera.
Ya en la calle, apresuré el paso para llegar a tiempo a la parada de colectivos. La mañana me cubrió de un viento frío, era un día húmedo. El invierno daba paso a la primavera y dejaba sus últimos embates sobre la cuidad, imaginaba esta vez que un viejo gigante que no quería morirse, y que degastaba sus últimas fuerzas en el viento y en la mañana húmeda de aquel día. En casa imaginaba a la gente de la radio con su discusión sobre las elecciones y la recesión económica en que yo sentía que vivíamos permanentemente, los imaginaba sentados en la mesa cada uno con su café tan a gusto y tan a salvo del inclemente día, en un clima cálido que afuera yo envidiaba. Aun así esa mañana se tornaba especial, algo había en el humor de la ciudad que me saludaba con cierto aire de confianza; percibía en ella una familiaridad que me sorprendía, no sabía dónde meterla ni mucho menos cómo tratarla, simplemente era una sensación que me agradaba, era reconfortante. En todo eso estaba cuando vino el colectivo, por cierto justo a tiempo, le hice la parada y me subí experimentando el confort de ese día único, aislado de la humedad y seco como la gente que se quedaba en casa, por lo menos en el alma. La gente que iba en el colectivo no era de ninguna forma la gente que habitualmente encontraba en el transporte, está vez notaba en ellos la misma familiaridad con la que me recibió la cuidad al salir de casa. Aunque todos iban ocupados y distraídos en sus propios asuntos: entre los audífonos de sus reproductores, la radio que traía la discusión acalorada que se gestaba en mi casa al parlante del colectivo, los diarios y sus ansiadas secciones deportivas. La tapa de Olé me recordó con bronca que no estamos pasando por un buen momento; entre bronca tomé con gran ironía las noticias venidas de Japón en torno a la copa Suruga Bank, le volví la cara al diario y su parcialidad; de pronto me vi sonriendo a través del reflejo de la ventana del colectivo mientras pensaba que me resultaba cómica esa situación, la de la copa ¿qué copa es esa? Pregunté indignado. Entonces me convencí que no existía punto de comparación, por más esfuerzos de Olé por vender bien su producto. Lo que yo he vivido del lado correcto de la vida es indescriptible, extraordinario y muy difícil de superar, me sentí orgulloso y feliz por eso. ¿Suruga Banck? Seguí sonriendo por largo rato; de pronto pasamos frente a una sucursal del Banco Cuidad y me pareció el asunto tan cómico que esbocé casi en silencio ¿copa City Bank? En mi gastada personal imaginé que pasaríamos por varios bancos en ese recorrido y que cada uno tendría una copa internacional aunque fuera solo de nombre. Para salvar y ayudar a los de enfrente la radio anunció las seis cincuenta y cinco de la mañana, poniendo una pausa breve a la discusión económica y política que venía desde la cocina de mi casa. Esta nueva alerta me despertó del último sueño, para darme cuenta que era tiempo de abandonar el colectivo, para mis adentros no me quedó más que pensar: - eso de abandonar no es de nosotros -. Imagine entonces a cientos de hinchas blancos y rojos destruyendo el colectivo, - estos son así -. Pensé en silencio mientras sonreía plácidamente. Curiosamente un pequeño cartel luminoso y rojo anunciaba la puerta de descenso. Bajé de la unidad casi riendo a carcajadas, por fin había una explicación – con razón destruyeron la unidad, por el descenso -. Con una mirada fraternalmente cómplice me despedí de los demás pasajeros al momento de bajar, no descender, nosotros no descendemos eso lo tengo claro.
El día parecía recibirme de buena gana, el colectivo me dejó justo frente a la escuela, no pensaba como otros días en las dificultades y carencias múltiples que tenemos para impartir una buena clase a los chicos. No pude evitar sin embargo pensar en los chicos en todos sus problemas, los mismos de todos los que vivimos aquí. La tristeza me invadió de pronto y aunque el clima mejoraba, la tempestad nacía en mis pensamientos. Las cavilaciones cómicas acerca de los de nuñez, la fantasía del dios invierno y su muerte, la discusión de la radio en plena cocina de casa, la noche azul, el café de mamá, la ducha y la felicidad de despertar este día; todo eso era insalvable, ridículo, banal y superfluo en comparación con la desigualdad de la vida. Vino a mi mente la bronca y la impotencia de todos los días, la falta de oportunidades, la carencia de servicios, la falta de dinero, de un médico, la tremenda desigualdad, la fragilidad de los sueños y de la vida misma; pensé en que algunos de mis alumnos apenas y comen y que no tienen más que lo que uno pueda darles… pensé que no son los únicos, que la población es tan grande como sus problemas. Pensé con tristeza en la situación del barrio, del país, de Latinoamérica. Después de todo el día no era tan distinto a los demás, era un día como cualquier otro sin más esperanza que la de darles a los chicos una formación básica, basada en la ética, la unidad y el amor al prójimo. Justamente eso era lo que me motivaba, lograr transmitirles algo a los chicos, ayudarlos a salir a delante, quedarse de una manera en ellos como gloria personal; devolverle con esa noble labor algo a la sociedad. Aunque a veces no alcanzará para sentirse bien, aunque a veces la adversidad fuera más grande que la lucha diaria. Desperté a la realidad en ese momento, y para todo el día, no había más especial en el día que la oportunidad diaria de luchar por los chicos. Tomé la posta como todos los días, me sentí afortunado por mi trabajo y por tener en mis manos la posibilidad de cambiar las cosas. Caminé lentamente hacia el salón de clases de quito grado, satisfecho y entusiasmado con mi labor, renovado en mis votos y mi vocación, pero con la decepción de sentirme tonto por imaginarme quien sabe que cosas y por haber despertado tan abruptamente a la realidad.
Ya en mis cinco sentidos y con los pies en la tierra, recorriendo el largo pasillo que conduce hacia el saloncito; pensaba en mi clase en los temas que había preparado para hoy, pensaba en la mejor forma de transmitir esos temas, repasaba a grandes rasgos las dinámicas que preparé la noche anterior mientras sostenía con fuerza la bolsa de manzanas que llevaba para los niños. El reloj marcaba las siete en punto de la mañana. Pensé entonces por última vez en la gente de Mitre haciendo su programa en mi cocina, me reí de mis tonterías y de mí mismo con cierta ironía. Me sacudí la cabeza para olvidarme de eso y me dispuse a entrar al salón. Cuando abrí la puerta extrañamente todos los chicos estaban en su sitio, todos habían llegado. Me pareció raro que no me dieron mucha bola y que cruzaban miradas nerviosas entre ellos, con leves murmullos y pequeñas risitas. Me di vuelta al pizarrón adivinando alguna parodia gráfica de mi persona dibujada con gracia en esa pared… y entonces lo vi, era un cartel pintado con gises de colores que rezaba: ¡Feliz cumpleaños profesor! Entonces entendí, justo cuando las lágrimas rodaban en mis mejillas, que ese era realmente un día distinto. El mejor de todos.
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