La ciudad de la sombras (Poema)
- Juan Román
- 30 may 2015
- 1 Min. de lectura

A veces todavía las veo, y es porque mi corazón no está del todo apagado. Cuando las veo se consume un poco más. Tizón encendido que se vuelve ceniza: y nada más que ceniza.
Ellas me miran, clamando mi ayuda. Clamando desprecio. Clavando con profundo coraje, Una daga inmaculada con odio, sobre mi corazón.
Historia de seres, de sombras ya sin historia. Hermanos desterrados hacia la oscura soledad. Despojo humano, Adán que se quita la costilla, y la mancilla, la arroja a la calle. Le llama desecho.
La villa de la soledad, en profunda calma recibe a mis hermanos; los cobija y los deposita en un lugar, debajo de un puente, afuera de la catedral, en una calle, tirados al suelo. Para que inmóviles clamen compasión, Acaso justicia, en inferior condición.
El hombre condena a su hermano: a adornar y habitar las calles, cual horrible fantasma. Para que luego, no conforme con el destierro, hundirle su cruenta mirada de infinito desprecio; Arrebatando lo humano a las sombras.
Son niños, son madres, son hombres, son mujeres. No son sombras. No son animales nocturnos, ni despojos humanos. Son más humanos que aquel que los ha desterrado. Porque ellos soportan la vida tempestuosa, que a veces se ensaña, porque tal vez le vino en gana.
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